miércoles, 1 de julio de 2009

La hora de Honduras

José Carlos Rodríguez http://www.libertaddigital.com
"e"eLa detención de Zelaya por el Ejército no es la típica intromisión del Ejército en los asuntos políticos, sino que fue ordenada por el propio Tribunal Supremo, que comprobaba cómo el presidente estaba dispuesto a saltarse la ley.

La democracia de Honduras se juega su futuro en unas pocas horas. En apariencia toda la razón está del lado del presidente Manuel Zelaya, elegido democráticamente, y que ha sido relevado del poder tras un golpe militar. En apariencia, otro espadón que acaba con un dirigente de izquierdas en plena transformación de su país.

Pero la situación no es tan clara. La detención y deportación de Zelaya por el Ejército se produce en un contexto político muy concreto. Zelaya veía próximo el fin de su mandato que coincidía, necesariamente, con el fin de su presidencia, ya que la Constitución impide en ese país, como en otros, la reelección. Zelaya, un satélite de Hugo Chávez en el país, no estaba dispuesto a aceptar su destino, de modo que convocó un referéndum para saltarse ese mandato constitucional y presentarse una segunda vez a las elecciones presidenciales.

Es aquí donde se genera el conflicto, porque su referéndum fue declarado ilegal tanto por el Tribunal Supremo como por el Congreso, pero ello no le paró. Estaba dispuesto a convocarlo, aunque fuera nulo de origen, al no contar con base legal. Si estaba dispuesto a cambiar la Constitución con un referéndum ilegal, y a despreciar a instituciones fundamentales del Estado como el Tribunal Supremo o el Congreso, ¿tendría escrúpulos para falsear el resultado de esa consulta pública? No lo creo.

Es más, la detención de Zelaya por el Ejército no es la típica intromisión del Ejército en los asuntos políticos, sino que fue ordenada por el propio Tribunal Supremo, que comprobaba cómo el presidente estaba dispuesto a saltarse la ley. El Ejército tiene como una misión primordial en una democracia mantener el orden constitucional cuando el Ejecutivo lo ponga en riesgo, y en este caso no ha tenido que ser el propio Ejército quien interprete que ésa es precisamente la situación, sino que la decisión estaba ordenada por el máximo órgano judicial. La democracia no son sólo una sucesión de elecciones y plebiscitos, sino sobre todo, y ante todo, el mantenimiento del orden constitucional. Y aquí quien actuó contra las normas fue Zelaya, y el encargado de defenderlas, el Ejército.

Tiene gracia que el presidente, depuesto por el Congreso, haya hecho un llamamiento a la desobediencia civil, un derecho que nos asiste a los ciudadanos frente a cualquier forma de poder. Zelaya, llegado el caso, sería el primero en aplastar el derecho de los hondureños a ignorar sus medidas políticas, si las considerasen injustas.

Los bolivarianos se la pegan en Honduras

Pablo Molina http://www.libertaddigital.com
"e"eZelaya, que debe ser algo menos inteligente de lo que sus enemigos suponen, no ha medido bien los tiempos y ha acelerado la transición al socialismo bolivariano con la convocatoria de una consulta declarada ilegal por la corte suprema hondureña.

La subversión marxista promovida por Chávez en los países de su entorno ha fracasado en Honduras, algo de lo que deberían alegrarse los defensores de la libertad, elenco que no incluye ni a los líderes planetarios ni a los iconos progresistas. Zapatero está consternado, Obama algo afligido y al presidente venezolano se le han quitado las ganas de canturrear, lo que demuestra que algo bien han tenido que hacer en ese país centroamericano para producir tal unanimidad.

Este aparente golpe de estado está resultando tan confuso como nuestro 23-F, de tal forma que, a día de hoy, todavía hay discrepancias sobre su carácter. Lo que está fuera de toda duda es que Zelaya, títere de Chávez (que ya hay que caer bajo en términos intelectuales), estaba iniciando el camino que lleva a la instauración de un régimen idéntico al venezolano. En países con instituciones poco sólidas y sin una larga tradición del Estado de Derecho, la izquierda lo tiene muy fácil para eliminar la alternancia política e instaurar el socialismo que, recordemos, nunca fue democrático. El proceso consiste en formar escuadras de afines pagadas con dinero estatal y, una vez tomada la calle, iniciar las reformas constitucionales para eliminar cualquier posibilidad de que los rivales políticos puedan alcanzar alguna vez el poder.

Zelaya, que debe ser algo menos inteligente de lo que sus enemigos suponen, no ha medido bien los tiempos y ha acelerado la transición al socialismo bolivariano con la convocatoria de una consulta declarada ilegal por la corte suprema hondureña. Este detalle, que en otros países no tendría mayor repercusión, en Honduras ha precipitado que las instituciones políticas contraatacaran de la peor forma posible, esto es, vulnerando también la constitución aunque en sentido contrario.

La vuelta al orden constitucional requiere, en efecto, el retorno del presidente depuesto, pero también la exigencia de que su gobierno respete los principios democráticos básicos y el Estado de Derecho. Zelaya tiene en estos días de exilio la oportunidad de reflexionar al respecto y volver dispuesto a respetar el orden constitucional. En otras palabras, tiene que elegir entre servir lealmente al pueblo hondureño o seguir siendo un mequetrefe a las órdenes de un histrión totalitario. La decisión es suya.