Por Jorge J. Cuadra V.
“Tengo 27 días de no ver a mi familia, tengo derecho de ver a mis hijos, a mi esposa, como me lo puede negar esta dictadura,” dice con voz de plañidera el aprendiz de conductor de pueblos, Manuel Zelaya.
Nelson Mandela estuvo separado de sus hijos, de su esposa, recluido en una mazmorra de la peor dictadura racista que ha conocido el mundo, el Apartheid, durante 27 años y a su salida lo estaba esperando la presidencia de África del Sur, con poderes absolutos para instaurar la violencia y vitalicios para inaugurar una dinastía, si él así lo hubiera deseado, pero cumplió su período e implantó la paz.
Un año por un día es la diferencia entre el gigante africano y el pigmeo hondureño y sin embargo, el primero jamás se quejó y llegó por aclamación unánime a la presidencia de su país, mientras que el segundo vive llorando y por eso está fuera de ella por aplastante unanimidad. A Zelaya le gusta robar cámara, demostrando así su congénita cobardía al pisar suelo hondureño sin pasar más allá de las doce pulgadas que es lo que mide un pie, espacio que aprovecha para llamar a la violencia callejera y a la anarquía nacional.
Si tanto es el deseo de ver a su familia, que se interne de una vez en el suelo que tanto dice amar y así les evita, incluida su madre, el riesgo de atravesar territorios que están al borde del caos por culpa de su falta de valentía para afrontar con fortaleza a los que él llama golpistas. En lugar de hacer el show de todos los días en la guarda raya de la frontera para después irse a dar la gran vida en un hotel de Ocotal, que se entregue a las autoridades para que el pueblo vea que por lo menos se expone a estar en una cárcel del gobierno para recuperar la presidencia que según él el pueblo entero quiere que se la devuelvan. Allí puede ver a sus hijos, nietos, esposa y madre en la comodidad de una sala para presos especiales, pero este pigmeo de la corte del nuevo césar americano, Hugo Chávez, ni siquiera tiene arrestos para ser arrestado y automáticamente convertido en mártir del gobierno Micheletti. Lo que le gusta al cowboy hondureño es ir al volante de su elegante jeep y para darle más colorido a su marcha carnavalesca se hace acompañar por el rambo nicaragüense, el desteñido y marchito comandante cero que ya no tiene quien le escriba, que le ha prometido que mientras esté a su lado, no le puede pasar nada malo, sin acordarse que cero ya es cero y quedó de apologista del comandante Ortega, para poder dragar el río San Juan, para que en un futuro los ticos lo puedan navegar.
Manuel Zelaya es la vergüenza del partido liberal de Honduras, repudiado desde el más allá por los iconos liberales Ramón Villeda Morales y Modesto Rodas Alvarado, llamado el tigre del liberalismo, que por cierto, es el padre de Patricia Rodas Baca, ex canciller del ex presidente Zelaya, a quien acompaña y apoya hasta el fondo del abismo con una lealtad que va más allá del partidarismo político.
Pero como en todo hay su parte positiva, lo positivo de este sainete cargado de intriga, es que sirvió para desenmascarar las bravuconadas de Chávez, la docilidad de Ortega, la inutilidad de la OEA, la doble moral de Insulza, el oportunismo del cura Descoto, las ambiciones de Arias por hacer otro viaje remunerado a Estocolmo y la hipocresía de todas las naciones, con los Estados Unidos a la cabeza, que conforman la Organización de Estados Americanos, que intentaron, sin éxito porque Castro no quiso, reincorporar a Cuba, la dictadura más larga y sangrienta del mundo y expulsaron a Honduras, la defensora más valiente de la democracia y de la constitucionalidad en América.
Manuel Zelaya, autorizado irresponsablemente por el presidente Ortega, está llamando a la rebelión armada para poder reinstalarse en el sillón presidencial. No importa si lo hiciera desde algún lugar de la tierra de Lempira, pero lo hace desde la ciudad de Ocotal, involucrándonos en un conflicto en el que no tenemos parte.
Las autoridades de Ocotal, junto a la mayoría de sus habitantes, están exigiendo la salida inmediata de Zelaya del territorio nacional. También la Asamblea Nacional le está pidiendo que abandone Nicaragua y si no lo hace, esperamos que sea el Ejército Nacional, investido con los poderes que le da la Constitución, el que lo haga a culata moderada y lo ponga en su tierra para encontrarse con el destino que él mismo se labró.
La conspiración del neo-marxismo nace en la tierra de Simón Bolívar, pasa por la tierra de José Dolores Estrada, pero Francisco Morazán le puso un alto en su tierra que puede significar la terminación del complot para imponer la esclavitud del siglo XXI, que desde la Patagonia hasta el río Bravo, el psicópata de Hugo Chávez nos quiere imponer.
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